La paradoja alemana

Sois muchos los que pedís mi punto de vista como residente en el país teutón. Llama la atención la gran diferencia de porcentajes en lo que a fallecimientos se refiere. En algunos círculos se habla de teorías que en seguida se tiran por tierra. Voy a ofrecer otro punto de vista más pragmático,

La situación en Alemania no parece tan dantesca como lo que recibo de España, aunque mi opinión puede estar sesgada porque hace meses que dejé el ámbito hospitalario. Aquí además de falta de EPIs hay un terrible déficit de personal. Las autoridades están reclutando estudiantes de medicina, médicos jubilados o con el título sin homologar. Los hospitales acusan ahora más que nunca el déficit de personal de enfermería que arrastra el país desde hace años. Y sin embargo aquí no hay IFEMAs ni gente tirada en los pasillos. Qué pasa?

Si observamos las estadísticas oficiales, la mayoría de los casos se dan en población menor de 60 años, con lo cual, y a falta de otros factores de riesgo, atenúa el impacto en los casos críticos y la mortalidad. En España e Italia, sin embargo, la enfermedad se ha ensañado con los mayores de 70. Aquí podemos encontrar grandes diferencias culturales y demográficas que justifiquen la „paradoja alemana“. Por un lado, la esperanza de vida germana no es tan alta como en nuestro país; octogenarios hay pocos, nonagenarios aún menos y población que supere la centena apenas. Ahí tenemos la primera gran diferencia: si a nosotros se nos mueren los abuelos, y aquí hay menos, es normal que haya menos muertos. Pero si hablamos de abuelos, y volvemos a lo antes expuesto, los abuelos no están tan afectados como la población activa. Aquí entran en juego las diferencias culturales entre Alemania y España e Italia: las relaciones familiares. En Alemania no se va a comer los domingos con los abuelos ni se les va a visitar a las residencias de mayores. No es costumbre. Y ese desapego que nos pone los pelos de punta a los países mediterráneos es lo que está salvando de la hecatombe a los mayores en Alemania.

De todos modos, las cifras de infectados en este país va dos días por detrás de la incidencia en España y, sin embargo, las medidas restrictivas han llegado una o dos semanas después. Aún tenemos camas de UCI, pero los criterios de despistaje y screening siguen siendo los del principio de la epidemia, cuando había que tener un contacto directo con infectados o haber estado en zonas de riesgo. Hace tiempo que la transmisión es comunitaria: el primer infectado de mi empresa no cumplía ninguno de los dos criterios, y los otros tres se han infectado „en casa“. Eso habla de la gran labor que estamos haciendo los médicos del trabajo, protegiendo a la población activa e impidiendo la transmisión de la enfermedad. Tristemente, nuestos companeros clínicos no piensan en nosotros como los estrategas que tratan de impedir la muerte de soldados en el frente; no estamos en trinchera, no contamos. E incluso eso es falso. Los miembros de la Asociación Española de Especialistas en Medicina del Trabajo, con nuestro capitán Luis Reinoso dando ejemplo, están colaborando activamente en las actividades asistenciales extraordinarias por todo el país, como el Hospital de Campaña del IFEMA.

En las estadísticas, por bien que quieran hacerse, ni son todos los que están ni están todos los que son. Se manejan otras hipótesis sobre la forma de contar los positivos, son hipótesis que manejo hace semanas y que puedo expresar en círculos de amistades, pero que no se basan en datos fiables. Lo que he expuesto anteriormente puede explicar de por sí el tremendo decalaje de mortalidad/letalidad entre Alemania y España o Italia. Todo lo demás lo dirá el tiempo.

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Regreso a casa

1987-1993. 25 años Medicina Valladolid - Grupo en el Anfiteatro

Tal y como amenazaba el mes pasado, hemos vuelto por nuestra Tierra. Sin afán de ser profetas de nada. Simplemente, con muchas ganas de reencontrar a mucha gente, y de pasarlo bien. ¡Y tan bien que lo pasamos! Y con mucha, mucha gente, nos reencontramos. Y sirvió para reír, recordar, hablar, revisitar, llorar… y tantas otras cosas que se hacen en estas ocasiones.

Y una vecina pudo leer a mi madre las palabras que yo había compartido con ellos unas horas antes. Y unas horas después, a mi madre le tocó morirse. Cosas que pasan.

Comparto mis palabras con vosotros ahora. Con menos orgullo que cuando se las di a mi madre, pero igual de feliz.

«El Olvido»

¡Qué maravilla! ¡Qué ilusión más grande! ¿no?

A ver, no… no intentéis ajustaros las gafas, los que lleváis: Estoy de pie.

¡Veinticinco años, qué barbaridad! En 1993, muchos ni siquiera habíamos vivido tanto… Y anda, que no nos ha cundido este cuarto de siglo, ¿eh? Andamos repartidos en cinco países, en 22 provincias, abarcamos todas las especialidades, la sanidad pública, la privada, la industria, la administración… Queridos profesores: ¡buen trabajo! El Sr. Decano me acaba de confirmar que seguimos siendo la única promoción de esta Facultad que ha tenido un nº1 en el MIR… No sé si habremos sido los mejores, pero para lo que uno recuerda que yo era cuando llegamos a vuestras manos, ¡mejor, imposible!

Un cuarto de siglo. Así dicho, claro que parece la mejor ocasión posible para reunirnos, contarnos, y recordar. Os voy a confesar una cosa: a algunos no os recuerdo, o me parece que ni siquiera nunca nos hayamos conocido.

Tantas cosas por recordar y evocar… yo no sé vosotros, pero a mí, lo primero que me da por traer a la memoria son algunos ausentes. Voy a parecer algo egoísta quizás, pero el primero que recuerdo que ya no está es mi padre, y lo que me insistió desde que tuve uso de razón por que estudiara Medicina; perdonadme el personalismo, sin su guía y su insistencia, hoy no estaría aquí. Pero claro, acto seguido me vienen también a la memoria los padres y familiares de algunos de vosotros: Vicente, Benito, Pelegrín, como otros Maestros que compartimos como el Dr. José Mª Manso, el Dr. Igea, Tomás Caro-Patón… Anoche me comentaban que una compañera nuestra de promoción, Berta, falleció a los pocos años de que acabáramos. Espero que todos hayamos sido fiel memoria de sus buenas enseñanzas, y que continuemos dando testimonio de esas enseñanzas, para que no caiga El Olvido sobre ellos.

Cosa curiosa ésta del Olvido: Decía Gregorio Marañón en su “Elogio y nostalgia de Toledo” (1941) que «la Fisiología del Olvido y la memoria funcionan de manera similar a los Montes de Piedad: depositamos recuerdos que ganan o pierden valor únicamente en función de la necesidad o el interés en poder recuperarlos, y a veces debemos abandonar algunos para siempre para poder crear otros nuevos, en la esperanza de que tendrán más valor para nosotros. Así, para construir el baluarte espiritual de mi refugio en El Cigarral de Menores, he tenido que abandonar buena parte de las memorias de mis años postdoctorales en Alemania.»

Algo así hemos ido creando nosotros mismos, desde que “empeñamos los libros en el Monte de Piedad”. Hemos dejado cosas, algunas las hemos abandonado para siempre, porque necesitábamos generar nuevo saber, nuevo conocimiento. Muchos de vosotros quizá lo sepáis, yo lo aprendí hace muy poco, además de nuestra promoción, hay otro grupo interesante que acaba de celebrar los 25 años de su artículo fundacional: Sackett, Oxman, Guyatt, Gray… No, no es la formación de “Deep Purple” en los Noventa, fueron quienes publicaron un primer ensayo acerca de la Medicina Basada en la Evidencia. Me quedo con una frase que atribuyen a Sackett(*), aunque nadie sabe si es cierta o no: «La mitad de lo que aprendemos en la Facultad de Medicina habrá demostrado ser falso para cuando nos graduemos; lo difícil es discernir qué mitad será la falsa».

En esto vamos pasando el tiempo: Memoria y olvido, aprender y desaprender. Cajal, en su último ensayo, “El mundo visto a los ochenta años: Impresiones de un arterioesclerótico” venía a redundar en lo mismo: «cualquiera que sea lo que el conocimiento avance en la función y estructura de la neurona, lo que no se conseguirá será potenciar sus capacidades ad infinitum; tenemos las que tenemos, y con ellas deberemos hacer nuestro camino, más o menos atribulado».

Dicho en palabras más simples, de las que hemos usado todos siempre en el castellano “llano” que utilizamos aquí: Que «para aprender hay que olvidar», no sé si la evidencia científica respalda este dicho, pero la experiencia de muchos nos hace creer que en efecto es así.

Pero hay que ver la de cosas más o menos inútiles que seguimos recordando, ¿eh? Estos meses de preparativos de este encuentro, seguro que hemos recordado unas cuantas: “A útero lleno, no dar cornezuelo de centeno”; “no hay que ser tímido con las mujeres ni con los corticoides”, “el peculiar metabolismo de los indios PIMA”, “no van a ver uno de esos en su vida” …

Y tendremos que seguir aprendiendo, no queda otra. Igual que seguimos estudiando para aprender lo que nos exigieron en postgrados, doctorados, máster, en el MIR y otras oposiciones varias. Lo mismo que hemos aprendido a despedir enfermos, a seres queridos, a trabajar en equipos, a dirigir equipos.

Por fortuna, como dice una colega nuestra y coetánea, María José Mas Salguero, neuróloga de niños en Tarragona: «Nuestro cerebro es un prodigio de la adaptación. Probablemente [el cerebro humano] es el órgano de la naturaleza mejor dotado para adaptarse a su entorno y adaptar el entorno a sus necesidades. Adaptarse exige un aprendizaje y para aprender hay que recordar. El cerebro inteligente olvida para seguir siendo eficaz… Sólo recordamos aquello que nos emociona

Hablando de emociones: Hace 31 años, la primera vez que me puse enfrente de la promoción de estudiantes de Medicina de Valladolid 1987-1993, que acababa de elegirme su Delegado de Curso para nuestro primer año en la Universidad, era tal el cúmulo de emociones que inundaba este cuerpecillo mío, que lo primero que fui capaz de expresar fue hacer así [hace el gesto del «dedo palabrota»…] Yo no lo había olvidado, así que aprovecho para daros las gracias y pediros perdón. Gracias también por aceptar mis palabras hoy, es para mí un gran honor que me permitáis hablar en vuestra celebración de 25 años como médicos, que curiosamente, coinciden con mi particular celebración de 20 años Licenciado también.

Tenemos que seguir aprendiendo, de nuestros enfermos, de nuestros compañeros médicos, personal de enfermería, fisios, auxiliares… Algunos incluso tenéis oportunidades únicas de aprender enseñando, qué gran responsabilidad y qué gran privilegio, ¿qué emociones creéis que estáis generando? O aprender dirigiendo, liderando un equipo, un departamento, representando compañeros en organizaciones colegiales, en sindicatos, alguno acabará en política, es cuestión de tiempo y de seguir aprendiendo (o desaprendiendo, quién sabe).

A día de hoy, no se espera de nosotros que sigamos en activo otros 25 años. Sea lo que sea a lo que nos estemos dedicando, deseo que las emociones que os vayáis llevando sean grandes, intensas, de júbilo, y que sigamos aprendiendo lo fundamental: ser profesionales, íntegros en todos los aspectos de nuestras vidas; aceptando que somos lo que hemos aprendido y olvidado, entre otras cosas, gracias a quienes nos han acompañado en este itinerario, ¿qué menos que esa honestidad podemos pedir(nos)?

Y en este contexto de la honestidad, debo confesaros algo más

  1. Muchos me dijeron que salí elegido delegado por la foto que visteis de mí en la “ficha”. Esa no era la foto que quería poner, tuve que hacerme otras porque había perdido la que había elegido.
  2. No recuerdo con qué dijeron en clase de Farma que era un “asesinato” mezclar los betabloqueantes.
  3. La homeopatía no funciona más allá del efecto placebo según toda la literatura científica de calidad [esto no viene muy a cuento, pero aprovecho toda ocasión para recordarlo].
  4. Dos de las citas que he utilizado, son inventadas. La única auténtica es la de la Neuróloga de Tarragona.

Una última: Es un orgullo haber compartido estudios con vosotros, es reconfortante tener la certeza de que mis amigos, conocidos, familiares, están en buenas manos cuando mencionan vuestro nombre como responsables de sus cuidados. Espero que al menos esto último genere emociones “de las buenas”, y que nos acompañen hasta el próximo encuentro, para que no nos olvidemos.

Muchas gracias a todos.

(*) Al parecer, la frase que muchos atribuyen a Sackett, tiene muchos «padres»; el más antiguo de los atribuidos fue un Decano de Harvard en los años ’40, llamado Charles S. Burwell.

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De Profetas y Tierras

Me ha venido bien que Olga volviera a escribir recientemente, tras larga ausencia bloguera. Me ha sido fácil titular mi entrada de regreso también por mera imitación adulación.

Han sido muchos meses de no parar, de no saber en ocasiones en qué país, en qué contintente estaba.

Me encanta explicar mi trabajo. De hecho, es parte de mi trabajo, compartir conocimientos en el equipo; «docencia» lo llaman. Como si yo no aprendiera…

Las mejores son las espontáneas. De esas, poco rastro queda para el Slideshare. Y a veces, cuando las intento reconstruir, quedan malamente.

Otras veces te piden una colaboración externa. Hay gente que brilla en esas circunstancias. Yo suelo entrar en pánico, y suelo adoptar un perfil más bien plano, y leer de manera lo más monocorde posible, y pasar por rollo y desapercibido el mal trago. Ya después en la croqueta o el café de después te lo explico que se entienda y veas lo mucho que me entusiasma lo que cuento, y lo divertido que me parece.

Hace casi ya tres años, un buen amigo virtual nos invitó a la pareja que discretamente publica en este blog, a participar en una mesa redonda en nuestra ciudad natal. Por eso lo de profetas y tierras del título.

Personalmente, creo que ha sido una de mis peores presentaciones en público. Tanto, que he hecho firme propósito de no aceptar más invitaciones a no ser que pueda transmitir al Foro oficial lo mismo que en el momento croquetil.

No es que tenga la Agenda al estilo de Iñaki (¿hasta mayo de 2019 ya? ¡Venga, no te pases!), pero se avecinan unos cuantos saraos. Así que he decidido compartir mi peor momento, para poder comparar con lo que vamos haciendo en los próximos meses.

"De triángulos y Escaleras"

Además, pronto volveremos a cantar, aunque no seamos profetas, pero al menos daremos un paseo por nuestra tierra un par de días.

 

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Irlanda

Sobrecogedor.

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Quién sabe, quizás tengamos algo más que decir este año…

Como todos los años, nos llegaron «los números de 2015» de este blog.

Aquí hay un extracto:

Un teleférico de San Francisco puede contener 60 personas. Este blog fue visto por 2.300 veces en 2015. Si el blog fue un teleférico, se necesitarían alrededor de 38 viajes para llevar tantas personas.

Haz click para ver el reporte completo.

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El Oficio de Keteris: la revelación.

La CuriosidadKeteris estaba abrumada. Ella había viajado hasta Delfos a que la Pitia le contara la vida y milagros de Apolo y poder imbuirse de su divina facultad. Y hasta ahora, todo habían sido sorpresas, empezando por el hecho de que Sibila ya conocía su existencia; las visiones, no precisamente agradables, de gente enfermando, muriendo o hiriendose mientras trabajaban en la construcción del Santuario; y finalmente, y esto sí le había gustado, la vertiente musical de la divinidad a la que se había propuesto venerar, y si fuera necesario, dedicar su vida. ¿Qué habría de suceder ahora?

Sibila volaba por los pasillos, arrastrando a Keteris en su desenfrenado deseo de mostrar a la joven lo que le esperaba ahora. No se detuvo hasta llegar, casi jadeante, a la salita donde las compañeras de la Pitia habían preparado un impresionante desayuno: uvas de Corinto, miel de las flores de la corona de Hera, pan del trigo de los campos de Demeter y queso de las ovejas con cuya lana las Parcas tejen el destino de los hombres. Keteris, por entonces ya hambrienta, contempló extasiada las viandas y tomó asiento junto a los demás; no así Sibila, quien, con semblante serio pero radiante mirada, se dirigió a los presentes:

-Haced lo que ella os pida- proclamó. -Es una elegida. El oráculo ha hablado-.El Oráculo

Una exclamación de sorpresa, seguida de un silencio sepulcral, se adueñaron de la estancia. Keteris casi se atraganta con las uvas sobre las que se había abalanzado; a duras penas consiguió tragar, a la vez que miraba tímidamente entre sus hebras de azafrán  para percibir todos los ojos clavados en ella. Con gusto se hubiera escurrido debajo de la mesa, pero se tuvo que reprimir las ganas de hacerlo y conformarse con ruborizarse y hundir la nariz en el cuenco de yogur con nueces y miel que se había preparado. ¿Qué era eso de que era una elegida? Y si había hablado el Oráculo, ¿significaba eso que la había elegido el mismísimo Apolo? ¿Para qué? Esto se está complicando demasiado. Instintivamente levantó los ojos en busca de la balsámica mirada de Sibila, quien, con voz conciliadora, le instó:

-Anda, acábate el desayuno. El ritual no ha hecho más que empezar.

el besoY, acercándose a la joven, la besó. Un beso mágico, terapéutico, simbólico. El miedo de Keteris se disipó de repente, y los todos los presentes vieron la señal; sí, el Oráculo había hablado. Loada sea Keteris.

La curiosidad se había adueñado de la Elegida. Después de dar buena cuenta de su desayuno, había llegado el momento de continuar con “el ritual”. Estaba claro que no tenía que volver a sorprenderse por nada, no le salía a cuenta vivir en un constante estado de excitación y en fin, Sibila sabía lo que hacía, por qué ella estaba allí, a qué había ido… no necesitaba más que dejarse llevar.  Y según iban apareciendo estos pensamientos por su cabeza, recordó lo sucedido hacía unos instantes y llevó sus dedos a los rúbeos labios que acababan de ser besados; aún ardían. Una sensación hasta ahora desconocida se adueñó de Keteris.

Fue conducida junto a Sibila hasta una fuente recóndita, una fuente donde, al parecer, tenían lugar diversos rituales relacionados con Apolo, las Musas y toda su horbaño de Apoloda de representaciones. Allí esperaban ya por lo menos media docena de muchachas, casi adolescentes, que portaban ánforas de aceites especiadas, bálsamos perfumados y una pequeña botella con óleo sagrado. La fuente contaba con un sistema térmico que conseguía mantener el agua a una temperatura más que agradable. Entonces, las muchachas se acercaron con ademán de desceñir la túnica a Keteris, quien dirigió una mirada de pánico a Sibila; ésta, una vez más, rió –excepcionalmente silenciosa- y dirigió una mirada de asentimiento a Keteris, quien suspiró, resignada, y levantó los brazos en señal de rendición.

-¿Por qué no olvidas tus prejuicios y te relajas por unos instantes?- Inquirió Sibila.-Una cosa es la ostentación de poder, que sé que odias, y otra es un ritual de iniciación, de purificación, algo que pertenece a lo que va a ser tu nueva vida. Disfruta este momento y déjate hacer, a partir de ahora no va a haber muchas oportunidades de relajarse-.

Keteris decidió escuchar a la voz de la experiencia. Cerró los ojos, suspiró lentamente y dejó que aquellas dulces manos recorrieran su blanquísima piel, maltrecha por el viaje en barco desde Cnido, el recorrido entre Corinto y Delfos, Delfos y Corinto, en fin… dejó que los aceites, enérgicamente frotados en los lugares más estratégicos de su anatomía, hicieran desaparecer las tensiones acumuladas, los miedos, la angustia por las visiones y las pesadillas. Lavaron con exquisita delicadeza su largo cabello, y todo bajo la atenta mirada de Sibila. Una vez que las hubieron bañado, ésta hizo una señal para que las dejaran solas, y se volvió hacia Keteris, a quien ungió con el óleo sagrado para luego decir:

-Ahora que tu cuerpo y tu alma están purificados, estás lista para escuchar aquello que has venido a conocer. Tú quieres saberlo todo sobre la vertiente sanatoria de Apolo, esa por la cual es capaz de aliviar los males de los hombres, curar sus enfermedades. Pero tú estás preparada para algo más; te voy a contar una historia que hasta ahora pocos conocen, y que ha de ser el futuro de la Medicina, del cual tú estás llamada a formar parte-.

Sibila había conseguido atraer la atención de Keteris, cuyos ojos de aguamarina parecían dos signos de interrogación en su semblante infantil.

Apolo, Quirón y Asclepio

Apolo, Quirón y Asclepio

-Apolo, hijo de Zeus y de Leto, hizo concebir un varón a Coronis, una mortal de las muchas de las que se encapricha nuestro bienamado. De una manera muy traumática vino, pues, a este mundo, Asclepio. Muerta su madre, Asclepio quedó, en el Monte Pelión, a cargo del centauro Quirón quien, con ayuda de Apolo y Atenea, le instruyó en las artes de la Medicina y de la caza. Tan buen alumno fue Asclepio que llegó a dominar el arte de la resurrección.

Zeus montó en cólera cuando descubrió las habilidades del joven mortal, y con un rayo lo fulminó. Obviamente, Apolo no tardó en vengar la muerte de su hijo, y a su vez mató a los cíclopes que habían forjado el rayo. Lo cierto es que, al morir Asclepio, siendo hijo de un dios, ascendió al cielo. Hoy podemos verlo en la constelación de Ofiuco-.

Sibila paró a beber un sorbo de vino. Keteris estaba a su vez bebiendo sus palabras, sin perder detalle. –Vamos a refrescarnos un poco. Allí detrás está nuestro tholos, y es la hora del baño común-.

Salieron de la fuente termal y se acercaron al estanque donde ya chapoteaban alegremente las demás jóvenes. Se zambulleron en las frías aguas entre gritos y risas, pero Sibila no había terminado la historia.asclepio

-Asclepio había heredado la vara con la pitón de su padre Apolo, y por eso siempre se le representa con dicho atributo. Y antes de morir, nos dejó a su esposa e hijas para ayudarnos en la honrosa tarea de aliviar el mal ajeno: Epíone, su mujer, conoce la analgesia. Higea nos enseña a prevenir las enfermedades, Panacea elabora todo tipo de remedios y Telesforo anima a los convalecientes. De tal modo, podemos decir que, si bien Apolo es probablemente el dios con más poderes del Olimpo, tiene delegados muchos de esos poderes entre sus hijos, Musas y otros personajes. Así que, dada tu vocación, te sugiero que te dediques a las ciencias y artes asclepias. Tienes el don, y es tu responsabilidad hacer buen uso de él-.

-Está todo preparado, mi señora; os esperan en el abaton-. El neócoro se había acercado al borde del estanque a dar la noticia a Sibila, a quien se le volvieron a iluminar los ojos. Keteris tomó esto como una nueva amenaza a el bañosu tranquilidad.

-¡Vamos, sequémonos y vistámonos! Tu día de iniciación no ha hecho más que comenzar-.

Salieron, pues, del estanque; las secaron, las vistieron, cepillaron y recogieron sus cabellos, y se dispusieron a continuar con el guión de la jornada.

 

 (Continuará)

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Oficios: Apolo, dios de la Medicina… y de la Música.

Sibila, pues, acompañó a Keteris a sus aposentos  con las pocas pertenencias que llevaba consigo. La ayudó a desvestirse, cepilló sus cobrizos cabellos, y finalmente la cubrió con sábanas de lino, una vez que la joven se tendió sobre el suave lecho que a gritos reclamaba acoger su níveo cuerpo. Y, silenciosamente, también ella se retiró a su alcoba.

Morfeo no tuvo piedad con Keteris. Lejos de inducirle un pacífico sueño, la toMorfeorturó cruelmente con las visiones que ella había tenido ya en el templo: pesados andamiajes que cedían y se derrumbaban, sepultando en su caída a cuantos trabajaban en su derredor; miembros atrapados entre las poleas, herramientas que al caer provocaban espantosas heridas… sin que ella pudiera, en su trance, hacer nada por evitarlo. Después, Hipnos se apiadó de la joven, que yacía agitada y sudorosa, ordenando a su vástago Morfeo dejarla disfrutar de un merecido y reparador descanso.

Y no acababa de Muchacha ventanateñir el sol de naranja el horizonte cuando una delicada melodía dio en acompañar a la joven en sus sueños. Abrió sus glaucos ojos, dejando que la incipiente claridad se abriera paso entre sus pestañas… no, claramente no era un sueño. ¿De dónde procedía esa suave música? Llena de curiosidad, Keteris saltó de la cama y se asomó a la ventana, dejando que sus cabellos se llenaran de los rayos que anunciaban la llegada del nuevo día.

-Son músicos que acuden a solicitar los favores de Apolo-. Sibila entraba en ese momeKeteris o Afroditanto con intención de despertar a su huésped, hallándola sin embargo asomada a la ventana, con sus cabellos y su inocencia como únicas vestiduras; era evidente que las ninfas se habían afanado en derramar sus gracias sobre la joven que ante ella se mostraba, con su blanca piel salpicada de traviesas efélides, caderas redondas y piernas que de mármol parecían esculpidas. Y en un tono en el que se conjugaban admiración, ternura y, por qué no decirlo, envidia, prosiguió con su discurso: -Aquí llegan cantores de todos los rincones de la Tierra, a presentar a Apolo sus ofrendas y a recitarle sus composicioApolo Músicones, con intención de que le plazcan y les recompense con frecuentes visitas de la Musas y éxito en sus actuaciones-.

Keteris no se volvió a escuchar a Sibila; ni siquiera para saludarla. Estaba hechizada por los cantos, como si de sirenas se trataran, pero con voces graves, profundas, acompañadas de cítaras, liras y siringas.

-Estos a los que oyes vienen del occidente, de Iberia; han viajado por mar y por tierra, desde Hesperia hasta Persia, recogiendo sonidos de diferentes lugares para combinarlos en sus tonadas repletas de alegría, o melancolía, pero sobre todo del carácter de la gente de aquellas tierras, rudo pero gentil, cálido y envolvente-.

La inocente Keteris escuchaba extasiadMusicos Greciaa. Poco tardó uno de los cantores en percibir la atenta mirada de sus claros ojos, y haciendo un gesto a sus compañeros, se acercaron todos a cantar bajo la ventana de aquella su musa, que, desnuda, les escuchaba con deleite. Pero cuando ella se percató de que habían dado con su presencia, dió un salto hacia atrás, ruborizada, encontrándose de frente con Sibila, espectadora de la escena y que la miraba, divertida.

-Ten cuidado- le advirtió mientras la ayudaba a ceñirse la túnica. –Las sirenas son inofensivas comparadas con estos avezados viajeros. ¡Cuántas doncellas no se habrán rendido, encandiladas por su música!-. Y con la advertencia no logró sino ruborizar aún más a la muchacha, lo que terminó por hacerla reír. Definitivamente, el candor de Keteris la desarmaba por completo.

-Anda, vamos. Te tengo preparada una sorpresa- instó Sibila, arrastrando prácticamente a la joven fuera del alcance de los sonidos que la tenían hipnotizada. –Estoy segura de que te va a gustar-.

Keteris sacudió la cabeza, retomó la compostura y se dispuso a acompañar a Sibila, con una mezcla de curiosidad y temor. ¿Una sorpresa? ¿Es que nunca se van a acabar las sorpresas?

 (Continuará)

 

 

 

 

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Medicina, Oficio, para los Oficios: El trabajo se paga

Caminaron un buen rato, atravesando los témenos, ocultos a los visitantes del templo. Keteris no podía dejar de pensar en la cantidad de riqueza, ya no solo material, sino de trabajo humano, que había acumulada en esos divinos lugares. “Apolo ha de ser benevolente y derramar sus dones con generosidad, pues mucho se ha invertido en edificarle un hogar a medida de su grandeza”. Pero acto seguido sacudió la cabeza y trató de borrar ese curapensamiento de su mente; a fin de cuentas, la verdadera grandeza no necesita adornos ni ostentaciones, y un dios que quiere proteger a los desvalidos no debería necesitar tanto mármol.

-Debes estar hambrienta-. Pareciese como si Sibila hubiera tenido una revelación repentina, y se dio media vuelta hacia la joven. –Has de disculparme: no habitúo a recibir visitas, y hace tiempo que olvidé las formas de una buena anfitriona. Vamos, seguro que encontraremos algo agradable a tu paladar-. Aceleró el ritmo, obligando a Keteris a corretear por la estancia para no perderle el paso. Y de este modo llegaron a la sala donde se reunían a comer todas las hermanas en el culto y servicio a Apolo. Hacía unas horas que había pasado la hora del almuerzo, pero sobre la mesa quedaban fruteros con manzanas, dátiles, uvas, algo de pan y hermanasagua… de los que la joven dio buena cuenta; tanta y tantas habían sido las impresiones de las últimas horas que había olvidado por completo la comida. Una vez se hubo repuesto y el color volvió a sus mejillas, se sintió con fuerzas para preguntar a Sibila:

-¿La comida os la trae Apolo o algún emisario de los dioses?- preguntó inocentemente, al tiempo que sus pupilas crecían fijándose en los dulces ojos de Sibila. Esta, por segunda vez en el día, rió como ríe quien no ha podido reir en mucho tiempo, bien por mantener una compostura… o por tristeza.

-Ay niña, tu candor me enternece, y por las barbas de Zeus que hacía tiempo que no encontraba un alma tan pura como la tuya. Pero lamento que voy a decepcionarte, pues en nuestro sustento diario no hay ningún ser divino implicado. Si ya has terminado con el refrigerio, te enseñaré de qué vivimos.

Esto empezaba a ser demasiado para Keteris. Ella había hecho un largo viaje para que la Pitia de Delfos le desvelara detalles incógnitos sobre Apolo, y casi acabando elketeris y sibila día aún no habían hablado de él. Sin embargo, la mezcla de magia y misterio que encerraban aquellos lugares, aderezado todo con una belleza y una majestuosidad que arrobaban los sentidos, le habían atrapado en un torbellino del que iba a resultar difícil salir. Seguía pues, obediente, los pasos de Sibila; no era difícil observar en su paso firme y determinado, su semblante sereno y la elegancia de sus movimientos que, efectivamente, había sido educada para ser una princesa.

-Mira- y le mostró un pequeño cuarto donde se hallaban saquitos llenos de dracmas. –Nuestro sustento, la comida, las vestiduras, todo cuanto necesitamos para mantener el dracmatemplo en buen estado e incluso para nuestro solaz cuando nos vemos necesitadas de descanso de los sentidos. Como verás, se trata de algo muy prosaico y alejado del aura de magia y misterio que siempre rodea a los dioses y su relación con los mortales. Y ahora mismo te estás preguntando- siguió, mirando con cara divertida los cada vez más enormes ojos de Keteris –de dónde sale todo este dinero. Antes de que me preguntes si tengo por aquí escondido el cuerno de la Abundancia, sígueme-.

Y accedieron a una especie de caseta, como la de los mercados de la plaza de la Cnido, pero de piedra y con inscripciones talladas. Sibila guardó silencio esta vez, para que Keteris pudiera observar por sí misma lo que podían presenciar; no cabía duda de que la muchacha, aunque inocente y poco versada en los quehaceres más mundanos, era más que inteligente para deducir ella sola de qué se trataba en esta ocasión. Tras unos pocos minutos, en los que el silencio sólo se quebró por el canto de un mirlo errante, la joven comenzó a musitar, casi casi como pensando en voz alta:

-Comienzo a entender ciertas cosas. El primer día que pisé este lugar era siete; y es el día siete de cada luna que se invoca al Oráculo, de ahí las largas colas de gente que pude ver y que hoy ya no estaban-.

Sibila asintió con la cabeza.entrada al templo

-Y todo aquel que desee escuchar el Oráculo de Apolo paga en este puesto un Eparjé que luego entrega al Neócoro que custodia la entrada al templo.

-Así es.

A Keteris le daba todo vueltas en la cabeza. Realmente aquello era más complicado de lo que ella se había imaginado. Por su carácter rebelde enseguida quiso aducir que no veía justo que los enfermos tuvieran que pagar un tributo por escuchar la voz del dios sanador. ¡Todos deberían tener acceso al dios! Pero antes de empezar a articular palabra, la Prudencia le hizo enmudecer con otra premisa: sin ese tributo, no habría templo donde habitara Apolo y al que poder acudir a escucharle; sin ese dinero, no habría Neócoros, ni Sibila ni las hermanas, pues claro está que el sustento lo compran en el mercado, como todos los mortales, y a fin de cuentas justo es que se les pague por el oficio que realizan. Así que Keteris optó por levantar la mirada, darlo todo por bueno, y, asintiendo, indicar a Sibila que, efectivamente, ya lo había entendido todo.

Las dos mujeres, de diferente color de cabello y tono de piel pero con el mismo don en su cena con vinointerior, volvieron a la salita, donde las hermanas habían preparado un surtido de viandas digno de su oficio: plakon, sopa de cebolla, pescado asado con aceite de oliva y un puñado de higos frescos, así como dos jarras de vino que bien pudieran haber sido gentileza del mismísimo Baco; pues entre la comida, equilibrada pero algo abundante, y el delicioso vino, poco tardó la muchacha en empezar a bostezar.

(Continuará)

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Medicina, Oficio y para los Oficios: La Visión de Keteris (III)

Iphigenia, Robert Schmalz

Keteris

¡Resultaba divertido ver la cara de sorpresa de la joven Keteris!

-Oh, es realmente obra de los dioses. Pero aún no conozco vuestro nombre…- consiguió musitar la de los azafranados cabellos. Y por unos segundos, el semblante de su interlocutora se ensombreció.

-Soy Sibila, hija de Dárdano y de Neso. Pertenezco a estirpes de reyes, pero no te confundas: los dioses quisieron que fuera su oráculo, y dejé palacios y opulencias por servir a los dioses y a los necesitados-. Cerró los ojos unos instantes, lanzó un profundo suspiro, y volvió a sonreír a la joven, que aún no daba crédito a sus ojos. Seguidamente, haciendo una seña a Keteris con la mirada, comenzó a guiarla hacia donde ella sabía que debía guiarla.

Sibila frente a un enfermo

Sibila frente a un enfermo

La doncella siguió los silenciosos pasos con que, con rico calzado, hacía camino Sibila hacia zonas reservadas del enorme santuario dedicado a Apolo; el lujo que podía observarse daba buena muestra del importante status del que gozaban las servidoras del dios. Cierto es que su tarea era sumo desagradable en muchas ocasiones: ver cara a cara la enfermedad, el sufrimiento, la desesperación, ofrecer esperanza divina a quienes otros que se decían cirujanos ya habían desahuciado, consuelo humano a quienes sus dolores hacían padecer la furia de Hades antes de cruzar la Estigia… sin duda alguna, estas mujeres, consagradas en cuerpo y alma, en largo retiro apartadas del mundo y cuya experiencia vital jamás las abandonará, por larga vida que Zeus las conceda, son más que merecedoras de la más alta consideración de la sociedad. Son intocables, y nunca les falta de nada.

Apolo y Quirón

Apolo y Quirón

Sin embargo, Keteris, aunque también consideraba su dedicación como un oficio, un servicio necesario para la Polis al igual que el de sanadores y cirujanos, un oficio que debería de ejercerse con sencillez y cercanía a quien se encuentra desvalido. La ostentación de poder le causaba náuseas por lo general, pero observar a tales presuntos descendientes del mismísimo Quirón, que pugnaban entre sí por tener el mayor número de aprendices y que claramente habían olvidado los preceptos de los Siete Sabios, cuyo principal precepto siempre fue que la humildad es la verdadera madre de la Sabiduría, directamente le repugnaba.

oráculo

Leyendo el Oráculo

Tras atravesar, pues, el templo, que por su luminosidad bien debía ser morada no solo de Apolo sino también de Helios, habían accedido a donde habitaban quienes custodiaban los sagrados lugares, controlaban el acceso de los fieles y escoltaban en todo momento a la Pitonisa, mensajera directa de Apolo en el Oráculo de Delfos; le proveían de alimento y bebida y protegían de los intentos de contacto físico con los enfermos. La belleza de los aposentos era más que épica; por doquier podían admirarse mármoles de deidades hasta ahora desconocidas para Keteris; las Musas, ninfas, faunos y toda suerte de seres dedicados a complacer a los dioses o a habitar en ríos, mares y bosques; imponentes columnas, trabajados frisos…

andamio peligroso

Andamiaje de un templo

En aquellos momentos, la joven de níveos brazos comenzó a padecer cierta sensación de vértigo y un súbito sudor frío; repentinamente, las estatuas cobraron vida y se convirtieron en abnegados carpinteros, escultores, obreros de toda clase que arriesgaban su salud y hasta su vida tratando de construir Dermatosis por contactpsemejantes dependencias. Vio hombres cayendo de empinados andamios, o perdiendo sus manos al utilizar sus herramientas, o respirando el polvo de la piedra que tallaban, cuando no con alguna mota de cuarzo en el ojo…ojo

 

Por fortuna, la espantosa visión apenas duró un instante, aunque a la joven le pareció una eternidad; pudo reponerse y recuperar la compostura, aunque le quedó una angustiosa opresión en el pecho y también debía estar blanca como la faz de cualquiera de las diosas de piedra que engalanaban la sala, porque su anfitriona no precisó invocar sus poderes para percatarse de que algo no iba bien. Sin embargo, obvió hacer comentarios y continuó camino hacia los anexos privados del templo.

 (Continuará…)

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La Medicina como Oficio y para los Oficios (II): El viaje de Keteris

Keteris estaba, pues, decidida a conocer más de cerca a su nuevo amor: Apolo.

Con la navegarexcusa de viajar a Corinto a visitar a una de sus primas, de quien le habían llegado noticias de que iba a desposarse con un tebano, embarcó junto con unos comerciantes de especias desde Cnidos rumbo a Itea, donde se asentaba el mayor lugar de culto a Apolo: el Oráculo de Delfos. Y durante el trayecto, por otro lado tranquilo, libre de sirenas, serpientes marinas o desencuentros con Poseidón, dio la joven en observar los duros trabajos que habían de realizar los marinos, cuyos cuerpos, curtidos por el sol y el salitre, impresionaban prematuramente avejentados y llenos de pupas ulceradas. Conmovida, cada mañana se acercaba Keteris a unos sorprendidos marineros y les daba suaves friegas con el ungüento que ella misma usaba para mantener su piel nívea e inmaculada; les ofrecía naranjas y fresas, y las miradas mezcla de estupor y agradecimiento de los sufridos nautas calmaban la angustia que le provocaba a la joven observar sus penosas condiciones de trabajo.

En Delfos, Keteris quería escuchar de boca ni más ni menos que de la mismísima Pitia la historia de Apolo y sus poderes. Pero en Delfos no había un Templo, como en su Cnido natal. Aquello era un santuario en toda regla, ¡una especie de micrópolis dedicada al dios que ella acababa de descubrir! Y cuando llegó por fin al templo aquel 7 de Abril no podía dar crédito a sus ojos: había cientos, si no miles de personas, las que formaban cola con infinita paciencia para consultar al Oráculo. “Esto no puede ser sano”, pensó mientras cubría rostro y boca con un tul bordado. “Las pulgas se darán un festín, y por todos los dioses que una gangrena no se va a curar rezando”.

Delfos

Esperó varios días en casa de su prima en Corinto, donde conoció a su bien plantado prometido, antes de atreverse a volver. Un agradable aroma a incienso y otras especias humeantes invadía el recinto. “Inteligente. Disimulan el olor, pero el ambiente permanece pútrido. ¿Por qué no abren las puertas de par en par?” Miraba a su alrededor, observando cada rincón del templo con la mirada inquisitiva de quien porta la pulcritud como estandarte.

-¿Qué buscas aquí, joven? ¿Acaso quieres unirte a nosotras?- Se oyó susurrar desde detrás de una columna. Keteris se volvió, sobresaltada. Ante sus ojos apareció una mujer de aspecto cansado, pero con ricos ropajes y en cuyas facciones se Miguel Ángel Sibila délfica Capilla Sixtinareconocía la que debió ser una mujer muy hermosa antes de que el tiempo se hubiese ensañado con ella.

– No… ¿oh, Oráculo de Apolo?- Tartamudeó Keteris. La diplomacia y las formas nunca habían sido lo suyo, para desazón de sus progenitores.

La pitonisa esbozó una mueca. Primero de sorpresa, luego de desagrado, para luego suavizarla con una sonrisa y terminar riendo estentóreamente. Le habían conmovido la espontaneidad y la sencillez de la joven.

-Anda, ven,- le respondió en tono maternal, -sé quién eres. Te estaba esperando-.

Y no pudo por menos de lanzar otra sonora carcajada, cuya alegría multiplicó por mil el eco del templo, al ver la expresión con una mezcla de arrobo, sorpresa, incredulidad e ilusión casi infantil que se reflejaba en el rostro de Keteris.

(Continuará)

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